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Mostrando entradas de 2018

Espejismo vacío de lo aparente. 48

Vivimos en un entorno simulado. Nuestra mente orquesta colores, sonidos, olores y recuerdos aderezados con mil detalles del momento. Después compone una visión sensacional de lo que es, de lo que fue (modificado de nuevo) y de lo que será con todo el lugar a las dudas. Esta construcción permanente nos ilumina una esperanza tan vacía como el principio existencial. No da respuesta, no las contiene, tan solo elucubra conjeturas en las que mejor no enmarañarse. Es el destino el que nos va abriendo las puertas tras cada tropiezo del que no podemos estar seguros de ser los responsables. El alma no se escribe, no se describe, no sabemos si es o si no es. En esa duda navega la opinión del que habla de todo sin saber verdaderamente de nada. Sin conocer el principio de la línea es imposible deducir la causa de todos estos efectos que experimentamos dudando. El vacío es la realidad, el lleno también. Establecer es congelar, determinar es fijar irrealidades que traspasan universos de l

Vaciar el Yin y llenar el Yang. 47

Un orden universal aparentemente alterado es el resultado de encumbrar a la inteligencia por encima de la intuición. Los sabios de antaño promovían este pensamiento ofreciendo fórmulas impensables en nuestro tiempo. No usar la inteligencia parece una metáfora imposible de descifrar desde la atalaya de la sociedad del conocimiento, parece imposible de admitir. Sin embargo, los maestros hablaban desde profundidades a las que la mayoría de las personas actuales no nos hemos asomado. Son espacios del entendimiento en el que se parte de una serie de bases predefinidas que simplemente hemos descartado centrándonos en el humo de la hoguera. Lo simple frente al mensaje es descartar su complejidad. Lo inteligible es solo la superficie de una idea que puede tener múltiples estratos; formas mentales que nos lleven a afirmar precisamente lo contrario de lo que aparentan las palabras que pretenden definir la idea. Quizá por eso, el gobierno del sabio que invita a que la gente no tenga con

Un leve nudo en mitad del flujo. 46

La función desapegada que nos exigen los momentos que intercambiamos ameriza a diario en un mar tumultuoso. Un océano de incertidumbres que hacen zozobrar la nave de nuestra vida y dificultan su estable posicionamiento. Es tan complejo saltar como caer, tan difícil aceptar el impacto exigido del suelo como la sensación de flotar en un aire que le robamos al cielo por momentos. No podemos tomar partido sabiendo que lo bello y lo feo son relativos. Todo obedece a leyes de orden mayor. Si insistimos en la luz, la oscuridad nos envuelve con más fuerza si cabe. De puertas para afuera no merece la pena intentar nada que vaya más allá de la mirada, nuestra mirada llena de amor y compasión. Es imposible sustraerse de esta norma y excesivamente familiar implicarse en aquello a lo que el libro nos invita a separarnos. Sin embargo, sabemos de sobra su certeza y caminamos por los bordes de este intento permanente de no ser, de no actuar, de no intervenir. Sólo dominamos el decidir, nad

Misterio de los misterios. 45

La diferencia entre lleno y vacío va mucho más allá de la apariencia, se aleja de cualquier reducción a la que nuestra mente nos invite. Esta voluntad de ajustar los significados para que lo enorme quepa en lo minúsculo es tendencia natural de lo limitado. Lo hacemos porque sólo así podemos atisbar algunos de los matices del aroma absoluto. Llenar y vaciar un vacío que parece estar lleno, un juego de palabras y un sin sentido a la lógica que gobierna nuestros actos. Es el principio inmanente de todo el que debemos aceptar como inalcanzable. Percibir un poco no es mucho, pero compensa el vacío total al que nos termina llevando cualquier encadenamiento racional. Lo intentamos solventar imaginando realidades irreales porque esa es la naturaleza de nuestro pensamiento, poner imaginado lo que creemos que falta. Pero falta tanto que poner que tan solo fragmentamos ligeramente la razón. Lo hacemos para que la luz que se filtra desde el infinito ilumine sin sentido todo lo que hace

La mitad izquierda de la tablilla. 44

A veces el texto que nos propone el maestro es tan complejo, tan oscuro, que no acierto a comprender si su intención es forzar la llama que se apaga, o simplemente invitarnos a ver el abismo de la locura que entraña el intelecto. Intentamos comprenderlo todo con la parte más superficial que nos compone. Algo así como si la espuma del mar, tras el estallido de la ola, pretendiese ser reflejo de su magna profundidad. Este estrato externo, el que nos hace ver y sentir el resto de percepciones con sus destellos, es nuestra esperanza y a la vez nuestra amargura. Tan solo en el presente profundo podemos sobrevivir al anhelo de un pasado cargado de culpas, rencores, dudas y errores. Tan solo en este inmediato presente evitamos ser arrastrados por un futuro lleno de expectativas, proyectos y locuras que, en definitiva, no son más que destellos inexistentes de realidades imaginadas. Es este el instante donde nada de esta irrealidad puede sobrevivir y descargar sobre nosotros la semi

La fuerza del fluir. 43

Explotamos convencidos de nuestro éxito venidero. Pensamos que un mero amasijo de fibras musculares puede más que una tormenta del desierto. Estamos tan acostumbrados a imaginar a seres todopoderosos que olvidamos nuestra minúscula insignificancia en el engranaje infinito que mueve el universo. Si bien este olvido se torna imprescindible precisamente por la conciencia clara de esta diferencia de magnitudes, ¿cómo soportar el peso de una claridad tan grande? Somos pequeños pero grandes nuestras aspiraciones que no cumplen los mínimos de adaptación. No podemos contener en nosotros el universo porque no hay continente ni contenido que crear o percibir, solo magma infinito. Ese magma fluye como el agua, tiene propiedades líquidas en la interacción permanente de todas sus partículas. Cuando algo se mueve todo se mueve. Cuando aumenta la temperatura ocurren ciertas cosas, cuando disminuye ocurren otras. Todo el juego del flujo depende de la temperatura y esta, aunque podamos darle

Expandir y contraer. 42

chinesemartialstudies.com Toda la existencia se compone de dos manifestaciones que fluctúan sin descanso. La expansión y la contracción son la cara y la cruz de la moneda de todo lo que percibimos y experimentamos. Este latir permanente se nutre en esencia de una forma de tensión indescriptible, una tensión que no decae más que cuando queremos percibir y dirigir el movimiento. El cielo nos propone esperar, nos insta a dejar fluir la tensión natural entre la expansión y la contracción sin acrecentar inconscientes ninguna de ambas. El dar y el recibir no son más que el dejarse arrastrar como la flecha que es disparada, una flecha con la voluntad última de ver aproximarse su blanco sin que nada ni nadie pueda evitar que se desvíe. Sin embargo, el riesgo del desaliento, el riesgo de disminuir esa potencia de salida, nos puede arruinar el trayecto. Podemos reducir con nuestro anhelo la velocidad del impulso necesaria para llegar a nuestro inevitable destino. Podemos llegar tocan

Blandos y duros destinos

Vencer o sucumbir en algo no es decisión propia en el justo momento en el que el acto se ha consumado. Hacer lo que hay que hacer, antes de que llegue el momento, se corresponde con una visión proyectada y acertada sobre las posibilidades reales que tenemos. No todos tenemos las mismas. De la misma forma en la que el cielo no debate su dureza con la tierra, o la tierra no pretende ascender hacia el universo, contraernos y expandirnos son siempre acciones que se complementan en la justa medida de nuestro Dao individual, una brizna efímera del gran Dao que nos contiene a todos. Todos queremos ser fuertes sin que nos quepa pensar que quizá no lo seamos en la medida que cada situación nos requiere. El « Yes we can » es una falacia que nos convierte de inmediato en esclavos cuyo peor patrón posible no es otro que nuestro propio ego. A veces no podemos, a veces lo duro es demasiado duro o nosotros somos, esencialmente, demasiado blandos. No aceptar esto de partida nos lleva al p

40 Los hombres están hambrientos

¿Qué entendemos por pueblo llano? Qué entendemos por los de arriba? Malgastamos una parte importante del vivir planteando cómo poder hacerlo según la norma. Buscamos ser y tener antes que solamente existir conscientes de que esto, progresivamente, se acaba. La merma de la vida es equiparable a un breve suspiro del universo en el que nos enfrascamos en tareas inútiles diferenciando esto de aquello. Los que pueden, los que tienen, los que gobiernan, son siempre aquellos cuya ambición, ego y avaricia supera la media de los circundantes. No somos pasto ni rebaño, pero lo parecemos cuando desatendemos nuestra sagrada misión de vivir libres de trampas. El panorama siempre es oscuro si miramos de soslayo, percibiendo en detalle la tela de araña en la que estamos inmersos. Hablamos de red olvidando el significado real de esa palabra. Parece una broma en la que lo más evidente se diluye en lo ilusorio para mostrarnos en nuestras narices cómo muchos se alimentan de nuestras vidas.

¿Ser o no ser el verdugo?

¿Quién soy? ¿Cuál es mi cometido? ¿Hasta qué punto es este mi camino? Estas preguntas invaden el alma de cualquiera que reflexiona en la dirección interior. Podemos sucumbir al pensamiento y desviar nuestros objetivos sin apenas darnos cuenta de ello. Miramos para otro lado intentando, sin querer, evitar las cuestiones que son verdaderamente fundamentales. El vacío nos llama, pero nuestra mente indiscreta se esfuerza por llenar todo el espacio en el que manifestar lo que esencialmente somos. Retomar ese camino, el del solo de violín (consciente) que apenas es acompañado ocasionalmente por la orquesta (de razonamientos interminables), es la vía desde la que podemos entender fugazmente nuestro destino. Una comprensión tan rápida, tan directa, tan profunda, que no deja rastro en la razón para divagar sobre ello. Instalada en el alma profunda nos aclara las cuestiones trascendentales que tanto nos inquietan, dejando al corazón como emisario. Superado el bache toca saber qué nos

Valentía y temeridad se superponen sin descanso

La gran dicotomía radica en los extremos que los textos antiguos nos invitan visitar. No estamos en línea entre lo que sí y lo que no, sin embargo, parece que todo lo que hacemos ahonda en la idea de que vamos contracorriente. Sin valor no podemos afrontar la fe que se nos pide. Sin mover montañas voluntariamente nos encontramos a veces con un magma inesperado justo bajo nuestros ojos, sin rojo ni calor, pero todo se mueve sin que nosotros podamos hacer más que navegar lo indescifrable. Es infinita su complejidad y desnuda nuestra osadía al pretender adentrarnos sin una esperanza realmente consciente. Estamos ahí, esperando a un final en el que pretendemos entender lo que no conseguimos hacer en vida. Es difícil admitir esta propuesta sin pararnos a pensar. Es difícil pensar cuando la propia magnitud del problema invalida los minúsculos procesos de nuestro efímero intelecto. Es difícil SER cuando renunciamos a los recuerdos, la razón y nuestras expectativas. Vencer sin luchar

Las barreras del equilibrio. 37 LXXII

Las barreras del equilibrio son a veces indefinidas. Tanto como aquello que separa a un mal menor de un mal mayor. Es cierto que el alma se debate constantemente entre el cielo y el infierno sin saberlo. Opta por decisiones que esconden tras el telón motivos bien diferentes a los nuestros. Algo así ocurre en nuestra mente. Descansamos de nosotros mismos y nos damos cuenta entonces de cuanta presión contenemos; cuanto nos esforzamos por no ver aquello que sabemos que no conviene a nuestras decisiones pasajeras. Y sin darnos cuenta, esas decisiones tomadas a saltos y de reojo, contaminan el espectro de posibilidades en el que se proyecta nuestra efímera existencia material. Es cierto que ablandarse no mejora el resultado y las briznas de hierbas que rozamos, son ya suficiente para delatar su presencia a nuestro tacto. No es preciso apretarlas, romperlas o arrancarlas. Tan solo susurrarles, desde la piel, que estamos ahí para que el eco de nuestra llamada reciba su efectiva y rá

El forjador

Forja de espadas Un fuerte olor a carbón, musgo y quizá orín inundó mi olfato. Llegué con el consejo a la espalda de otros muchos más grandes que yo. Me empujaron a su puerta para que pudiese encontrar la materia que mi alma demandaba, un elemento compuesto de hierro y carbón. Me encontré a un anciano encorvado sobre un pequeño yunque. Movía una piedra sobre una hoja de acero en una cadencia permanente, un ritmo del que casi se contagia de inmediato mi respiración. Sin levantar la mirada, absorto en su tarea, sus palabras me sorprendieron sacándome del hipnótico trance de observar sus movimientos. «Solo tienes que esperar» Solo cuatro simples palabras. No volví a escuchar nada de él después de la última sílaba que su rostro escondido me regaló. No supe responder, no pude responder. Estaba atrapado en el movimiento de sus manos; él lo percibió de inmediato y yo también. El olor me atravesaba cuanto más me acercaba a mirarlo. Fijé mi mirada en la hoja, la víctima o bene

Saber

Thoth. Dios egipcio del conocimiento Nos adentramos no por propia voluntad. Algo inherente al   Ser nos empuja a conocer de qué van los prolegómenos. No sabemos, pero creemos saber más de lo que pensamos. Llegamos a un tipo de conocimiento en el que la superficie enquista la voluntad de sumergirse. Lo hace para ofrecernos sabores diversos de una misma calaña innecesaria, pero que consigue el objetivo de confundirnos. Como si la razón, en su corteza juvenil, tuviese un sentido meramente operativo   para poder entender el paquete de sentidos entrelazados. No vamos de saber, pero pretendemos conocer lo   incognoscible. Aumentamos nuestras perspectivas imaginando una miríada de variables posibles en las que se nos escapa, siempre, un factor fundamental. Estamos dentro de la mente, no fuera. Todo está condicionado. Los colores se confabulan con los sonidos para que el viento acaricie nuestro pelo y el aroma de las flores nos haga saborear la primavera incipiente. Imaginamos que ca

Blancos y negros entrelazados

Me pregunto siempre de dónde surgen mis razones para emprender una acción determinada. Es una pregunta tramposa que me aproxima a vislumbrar la  inconsistencia que tiene mi lógica racional, la misma que me impide descender a zonas más profundas de la mente. Desde esa simple cuestión, hasta toda la retahíla de pensamientos asociados, suele discurrir una parte de mí, normalmente aletargada, que percibe inmutable cómo actúan los engranajes automáticos de lo lógico. Ese proceso ocurre entregando, una y otra vez y sin descanso, un sí o un no al plasma mental de lo consciente. No puedo comprender de dónde surge mi intención original si no consigo sumergirme en la parte más profunda de esa inconsistente fluctuación. Sentir la distancia que separa lo que observo de aquello que intuyo roba toda solidez a mis reflexiones. Un proceso improductivo a la vez que contraproducente. Ante la certeza experimental de esta distancia, me surge la idea de dejar de buscar razones para mis actos, de