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Vaciar el Yin y llenar el Yang. 47


Un orden universal aparentemente alterado es el resultado de encumbrar a la inteligencia por encima de la intuición. Los sabios de antaño promovían este pensamiento ofreciendo fórmulas impensables en nuestro tiempo. No usar la inteligencia parece una metáfora imposible de descifrar desde la atalaya de la sociedad del conocimiento, parece imposible de admitir.
Sin embargo, los maestros hablaban desde profundidades a las que la mayoría de las personas actuales no nos hemos asomado. Son espacios del entendimiento en el que se parte de una serie de bases predefinidas que simplemente hemos descartado centrándonos en el humo de la hoguera.
Lo simple frente al mensaje es descartar su complejidad. Lo inteligible es solo la superficie de una idea que puede tener múltiples estratos; formas mentales que nos lleven a afirmar precisamente lo contrario de lo que aparentan las palabras que pretenden definir la idea.
Quizá por eso, el gobierno del sabio que invita a que la gente no tenga conocimientos es algo mucho más profundo que el mero escaparate de estas palabras. Intentar abordar la razón sabiendo que esta es el eco desdibujado de otros procesos ocultos, inmensos y mucho más poderosos, le debería quitar cualquier atisbo de credulidad incuestionable.
El pueblo como masa sabe pero no conoce, relaciona superficies pero no engarza profundidades, estima futuros aparentes desde lógicas mecanizadas, ese pueblo puede llevar al desastre a la humanidad si no se le invita a calmar su pensamiento y a dejar de intentar explicar lo inexplicable.
En esta tesitura se mueve este apartado del libro que resulta, cuando menos, muy conflictivo para el intelecto democrático posmoderno, un intelecto que se ve atacado y reacciona de inmediato descalificando la mera raspadura de lo que oculta el sentido real de las palabras.
Apuntamos a lo externo de las cosas, a los gurús, a las riquezas, en definitiva, a aquello que se torna deseable desde un ego que quiere estar por encima de la media. Esto fomenta la guerra incesante por ser más, por aparentar más, por obtener más, más superficie para demostrar que en el mundo de la nada somos aun menos que nosotros mismos.
Llenar el estómago es volver a lo real, al centro del proceso, a la experiencia vital inmediata y constante en la que todas estas fantasías posesivas se disipan. El estómago aparece aquí como tierra en la que sembrar las raíces que debemos cultivar con la paciencia y el conocimiento profundo de las cosas, ese que no se puede apenas describir de forma justa.
Lo profundo de nuestro cuerpo son los huesos, esos que el maestro nos invita a robustecer como indicando que debemos dejar la piel y sus arrugas para adentrarnos en la estructura sólida de nosotros que da soporte al resto, esa estructura que sobrevive a nuestra desaparición material definitiva.
Ordenado desde el interior hacia el exterior, el sabio confía en nutrir su esencia sin permitir que le venza nada de lo que su mente superficial fabrique para confundirlo. Esa razón vinculada al ego, esa magnífica herramienta para la interacción entre personas, es la clave que debe ser educada y valorada sólo en su justa medida. El orden depende pues de poder mantener este equilibrio entre una inmensa profundidad desconocida y una leve superficialidad sobrevalorada.

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