Nos deslumbra ocasionalmente la sensación luminosa de estar por encima de alguien. Creemos, hipnotizados, que nuestros semejantes no lo son tanto y que, en virtud de sus sueños, los nuestros se superponen en importancia dando la orden de partida a nuestro ego. Somos pero no somos. Aspiramos a silenciarnos cuanto antes después de hacer el máximo ruido, uno que nos haga ensombrecer temporalmente el eco de todo un valle que en realidad nos supera. En esos instantes aspirados, no somos más que ese fragmento humano entristecido por su pequeñez, e intrigado por su misión en este mundo de inercias predefinidas que llamamos destino. Ser grande es ser pequeño en el maremagno de importancias investidas. Sentirse exclusivo ante el resto es lícito pero dentro del límite de nuestro pensamiento. El límite de la expresión lo rige la convicción de que el resto desaparecerá pronto igual que nosotros mismos. El silencio nos lo recuerda en cada atardecer al que nos sometemos. Ser grande es ins