Vivimos
en un entorno simulado. Nuestra mente orquesta colores, sonidos, olores y
recuerdos aderezados con mil detalles del momento. Después compone una visión
sensacional de lo que es, de lo que fue (modificado de nuevo) y de lo que será
con todo el lugar a las dudas.
Esta
construcción permanente nos ilumina una esperanza tan vacía como el principio
existencial. No da respuesta, no las contiene, tan solo elucubra conjeturas en
las que mejor no enmarañarse. Es el destino el que nos va abriendo las puertas
tras cada tropiezo del que no podemos estar seguros de ser los responsables.
El
alma no se escribe, no se describe, no sabemos si es o si no es. En esa duda
navega la opinión del que habla de todo sin saber verdaderamente de nada. Sin
conocer el principio de la línea es imposible deducir la causa de todos estos
efectos que experimentamos dudando.
El
vacío es la realidad, el lleno también. Establecer es congelar, determinar es
fijar irrealidades que traspasan universos de los que también tenemos que
dudar. Sentir es solo una experiencia construida con los fragmentos percibidos
de un algo desconocido, por lo tanto mejor explorar el resultado, mejor sentir
la feliz realidad de estar sin más hacia delante o hacia atrás.
El
arte del amor nos enseña a crear la vida, el arte de la violencia nos enseña a
destruirla, esa vida que experimentamos incierta, desconocida, con la
apariencia de un sentido en un conjunto de sentidos aparentados. El amor nos
aproxima a esta posibilidad creativa, pero destruye la esencia individual obligándonos
a desdoblar lo que somos para sentir por otros u otros. La violencia destruye
la vida, pero también construye espacios para que nuestra vida individual
sobreviva a la maraña sucia y contaminada del conjunto, un conjunto que existe
luchando simplemente por ser y por tener algo que nunca termina acompañándonos
a ninguna parte.
Esta
simetría de sin sentidos es una loa a la realidad que pretendemos capturar con
la misma red que la fabrica, que pretendemos entender desde llenos y vacíos sin
poder definir previamente qué es qué en cada caso.
Sentir
profundo, en silencio, sin querer oír nada, sin imaginar, sin fantasear sobre
lo que es o lo que no es, esa es la vía pura para que podamos asomarnos a un
precipicio sin borde ni profundidad. Un punto de la existencia en el que lo
definido y lo indefinido fluctúan mientras nuestro corazón, con su latir
permanente, nos insinúa si todo ello no será quizá un simple reflejo de este ir
y venir de la sangre.
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