Aquello que excede nuestros límites siempre nos atrae de algún modo. Vislumbramos horizontes que se prolongan mucho más allá de las fronteras naturales de nuestro tiempo. Grande, siempre grande y distante, se escapa unos centímetros más siempre que damos un paso. No hay pasos de gigantes en lo cotidiano, tan solo desplazamiento en una línea infinita de progresión. El alma del hombre subyace a los railes de un tren que nunca pasa por el mismo sitio, pero que siempre está en todos de una forma u otra. El verano, el otoño o el invierno fluyen incansables buscando una primavera que se escapa nada más llegar. Es difícil construir un relato interior con un final siempre inesperado o carente de finales posibles. Duro y confiado, el buscador se adentra en el ínfimo segmento que le corresponde para ser testigo desde ahí de su magnífica insignificancia. Lo grandes es siempre tan grande que no podemos imaginar sus límites. Pero podemos al menos «imaginar», algo que él, por grande e inabarcable,