Todo guardado, tan solo el aliento en el aire anuncia un instante que va a transformarlo todo. El sol, calentando y hasta doliendo en la cúspide, intenta filtrar su fuego entre las sombras de los árboles que cobijan ese infame intervalo. La espada, lista, engrasada, usada tantas veces en el vacío que apenas recuerda cómo era el tacto del cortar transferido con intenciones oscuras. Matar o morir, esa era su escusa cuando toda el alma se le ponía de frente recordándole la deuda acumulada. Ahora no era el momento de dudar. El semblante húmedo, las arrugas asumiendo la carga de los años y sirviendo de dique a lo que ni los mismos riñones se atrevían reivindicar. Aquello era una mezcla de miedo, osadía e incertidumbre. El cuello tenso, sin más maniobra posible en el cuerpo que el desenvaine y el estoque o corte, nunca supo decidir por encima de lo que el momento le dictaba, quizá ahí el secreto de su destreza hasta ahora. Pero el instante se prolongaba, el corazón galopaba como nun