Explotamos
convencidos de nuestro éxito venidero. Pensamos que un mero amasijo de fibras
musculares puede más que una tormenta del desierto. Estamos tan acostumbrados a
imaginar a seres todopoderosos que olvidamos nuestra minúscula insignificancia
en el engranaje infinito que mueve el universo.
Si
bien este olvido se torna imprescindible precisamente por la conciencia clara de
esta diferencia de magnitudes, ¿cómo soportar el peso de una claridad tan
grande? Somos pequeños pero grandes nuestras aspiraciones que no cumplen los
mínimos de adaptación. No podemos contener en nosotros el universo porque no
hay continente ni contenido que crear o percibir, solo magma infinito.
Ese
magma fluye como el agua, tiene propiedades líquidas en la interacción
permanente de todas sus partículas. Cuando algo se mueve todo se mueve. Cuando
aumenta la temperatura ocurren ciertas cosas, cuando disminuye ocurren otras.
Todo el juego del flujo depende de la temperatura y esta, aunque podamos darle
mil explicaciones, está ligada al roce y a la presión entre las partes.
Convivimos
rozando y presionados, aumentando y disminuyendo distancias relativas que, sin
darnos cuenta, nos acercan a nuevos aspectos diferentes de aquellos de los que
nos alejamos. Allí de nuevo roce y presión.
Flujo
es la palabra mágica que describe la armonía de este líquido, a veces gas, a
veces sólido, que nos compone. Ese flujo requiere conciencia de agua, visión de
agua, adaptación de agua, contundencia de agua. Fluir sin descanso en el
trasiego de la vida mientras acumulamos, evaporamos, congelamos y hacemos
correr a raudales todo lo que somos, todo nuestro entorno, nuestras relaciones,
nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestros razonamientos…
Estamos
fluyendo aun sin percibirlo, el aire, la sangre y la energía por dentro; el
viento, el agua, las gentes y el dolor por fuera. Estamos y al instante hemos
pasado incluso de nuestra sombra. Nunca es el mismo el río que observamos y
nunca somos nosotros mismos si conseguimos mantener el equilibrio entre las
extremidades del frío y el calor.
El
agua es el símbolo que nos define cuando se acaban los argumentos descriptivos.
No tienen sentido en el ayer ni en el mañana, todo está ocurriendo, todo está
pasando.
En
esta ola en la que navegamos siendo viento y agua a la vez, solo cabe dejarse
mecer sin oponerse, dejar que nuestro impulso primigenio nos guíe sin más razón
que la advertencia de que hay obstáculos que exigen modulación, de que hay
situaciones en las que endurecerse solo garantiza la quebradura inmediata.
Otras, requieren un roce que el vapor no puede garantizarnos. La justa medida
de ambas es la que certifica la permanencia y el flujo entre la voluntad del
agua de los riñones y el espíritu profundo del agua del corazón. Si somos agua
en tan gran medida y el universo se adhiere a la norma ¿por qué no aprender de
ella?
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