Forja de espadas Un fuerte olor a carbón, musgo y quizá orín inundó mi olfato. Llegué con el consejo a la espalda de otros muchos más grandes que yo. Me empujaron a su puerta para que pudiese encontrar la materia que mi alma demandaba, un elemento compuesto de hierro y carbón. Me encontré a un anciano encorvado sobre un pequeño yunque. Movía una piedra sobre una hoja de acero en una cadencia permanente, un ritmo del que casi se contagia de inmediato mi respiración. Sin levantar la mirada, absorto en su tarea, sus palabras me sorprendieron sacándome del hipnótico trance de observar sus movimientos. «Solo tienes que esperar» Solo cuatro simples palabras. No volví a escuchar nada de él después de la última sílaba que su rostro escondido me regaló. No supe responder, no pude responder. Estaba atrapado en el movimiento de sus manos; él lo percibió de inmediato y yo también. El olor me atravesaba cuanto más me acercaba a mirarlo. Fijé mi mirada en la hoja, la víctima o bene