La
gran dicotomía radica en los extremos que los textos antiguos nos invitan
visitar. No estamos en línea entre lo que sí y lo que no, sin embargo, parece
que todo lo que hacemos ahonda en la idea de que vamos contracorriente.
Sin
valor no podemos afrontar la fe que se nos pide. Sin mover montañas
voluntariamente nos encontramos a veces con un magma inesperado justo bajo
nuestros ojos, sin rojo ni calor, pero todo se mueve sin que nosotros podamos
hacer más que navegar lo indescifrable.
Es
infinita su complejidad y desnuda nuestra osadía al pretender adentrarnos sin
una esperanza realmente consciente. Estamos ahí, esperando a un final en el que
pretendemos entender lo que no conseguimos hacer en vida. Es difícil admitir
esta propuesta sin pararnos a pensar. Es difícil pensar cuando la propia
magnitud del problema invalida los minúsculos procesos de nuestro efímero
intelecto. Es difícil SER cuando renunciamos a los recuerdos, la razón y nuestras
expectativas. Vencer sin luchar significa claramente evitar la lucha directa,
evitar la victoria y evitarnos a nosotros mismos. Sin lucha, sin vencimiento y
sin nosotros solo queda ese Tao que esperamos ansiosos, como si el vivir
dependiera exclusivamente de comprender este infinito desorden.
Pensar
es numerar, medir, calcular y construir desde ahí castillos imaginarios en un
plano que no es ni siquiera el reflejo real del sueño de algo que nos supera en
demasía.
No
somos adversos al cielo, no luchamos contra él; quizá solo protestamos por
poder percibirlo sin entenderlo y eso, de antemano, parece invalidarnos dentro
de nuestro pensamiento habitual. Esta es la clave liberadora que tenemos que
afrontar: despedirnos del pensar, despedirnos del luchar por entender y de juzgar
si en comprender hay acaso alguna victoria. No es más que el mayor orgasmo al
que aspira nuestra razón sin aplicar sus procesos a intentar aceptar lo ilógico
de la batalla.
No
basta solo la fe y la esperanza, ser valiente significa medir el sentido que
queremos otorgarle a este importante espacio de conciencia que se abre ante
nosotros. Existir sin más es la temeridad de la que el libro nos advierte.
Intentar ir más allá de lo posible es errar de antemano, no debemos ir sin ser
llamados, la respuesta no es racional, es observar el discurrir de esta vida
maravillosa que experimentamos con conciencia y envites constantes de lo que creemos
calcular.
Quizá
ser valientes no es más que esforzarnos por entendernos, ser reales y no
esperar más de la vida que aquello que nos ofrece a través de nuestro esfuerzo,
nuestra escucha y la liberación ocasional de todo lo que viste el escenario en
el que creemos existir.
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