Aparece frente a mí, imponente. Su escalera me alumbra un
posible camino de llegada a mi objetivo, pero difícil, escalonado, exigente.
Nada es lo que parece a simple vista y esta imagen me lo muestra, impasible,
consciente de que el tiempo siempre juega en mi contra y mi decisión es la que
acorta la demora.
Una escala apuntando a un junio soleado en el que el
cielo como testigo y destino exige cuatro pilares para sostener el ascenso.
Elevación, logro, propiciar y perseverancia. Cuatro exigencias que en sí mismas
configuran cada uno de los seis peldaños premonitorios.
Crear. ¿Quién crea si partimos de una base celeste que
nos alienta y nos define en nuestra más profunda naturaleza? Aquello para lo
que nacimos, para lo que morimos, ese destino pendiente de escribir se nos muestra
libre, intercalado, potencialmente sinérgico con los diez mil seres que nos
acompañan en el tránsito permanente del ahora.
Ahora es el momento de empezar la subida sin cuestiones.
Que la certeza pueda nacer de una pregunta desubicada nos muestra la grandeza
celestial de un dragón que convive en nuestra permanente ausencia presencial.
El alma nos espera y nos regala un fragmento en cada sueño que traemos a la
mañana. Esos sueños, esos deseos, esa energía que nos impulsa a crecer en una
dirección mejor que en otra, nos llega de sueños compartidos en los que el
cielo articula las notas melodiosas que dan color a la materia. Quizá somos
sueños reflejados que pueden tocarse a lo lejos. De cerca convivimos con la
permanente pregunta de si en realidad somos o creemos ser, qué irónico juego de
palabras inexistentes.
Todo es posible, todo está por hacer. Lejos o cerca no
importa, tan sólo saber si realmente estamos dispuestos a llegar, si queremos
dejar por el camino todo aquello que nos dieron y sobraba. Necesitamos conocer
nuestros sueños más profundos, su relación con el dragón celestial que nos
anima para no errar en el rumbo prefijado, que nadie se asuste por intentarlo.
A veces, aun sin creerlo, el cielo no se ríe del que gasta una vida en realizar
lo que vale una vida, solo los tontos se ríen, solo los tontos.
Fuerte, infatigable, irreductible, así es el alma del
guerrero que acepta la batalla vital de ser lo que decide. Esta imagen exigida,
este fragmento de sombras escalonadas sobre nuestra conciencia responsable, en
este signo nos acompaña, no hables.
Cúbrete al principio sin acción que conlleve urgencia,
que filtre la prisa como una parte más de un proceso cuyo ritmo es marcado
desde arriba. Espera, paciente, creando fortaleza, asentando la solidez,
descubriendo cada fragmento propio que necesitaremos durante todo el trayecto.
La espera silenciosa y quieta por fuera entraña un gran movimiento interior. El
cielo está tan dentro como fuera y es el dragón el que se mueve cuando la luz
se refleja en nuestra estática figura. Si no sabemos detenernos, si se nos
cuela la materia en el principio del cielo,
malo. Es el viento quien empuja sin dudarlo y avanzamos más desde el principio.
Esperaremos para que el tiempo abra las ventanas de lo posible y la muchacha
que siempre nos amenaza con volver retome su vuelta a casa sin promesas, la
recompensa será seguir avanzando hacia la cumbre de nuestro destino.
Aparece en la escena el necesario. Cuando el alumno está
preparado el maestro suele ser inmediato. Ojo avizor y menoscabo el dolor
cuando las apariencias de un ego en fuga creativa deben dejar su paso al señor
de lo real que lo asesora. Es preciso descubrir a esta persona y que la luz
siga imponiendo su carácter para que nuestra obra se detalle. El rio no se va a
parar en este instante crucial que transitamos y, en espera de tiempos mejores,
nos entregamos a escuchar lo que nos llega del sabio, es lo apropiado sin duda.
En ese fuego permanentemente avivado se transforma el
dibujo en algo que nos invita a acercarnos a aquellos pares humanos. A vivir lo
que buscamos, juntos, sin el rencor que nos ofrece sabernos distintos. Si
permaneces, el éxito es seguro y el camino hacia la cima sigue su curso.
Sin dragón en el tercero nos sentimos más acertados. El
aumento nos ha colocado en una posición mejor para ver el pasado y recordar que
sin mirarlo erramos. No somos más de lo que espera nuestro sueño, no somos más
que lo que nos dicen nuestros adentros. Ellos hablan, comentan, son testigos de
grandezas aparentemente moldeadas. Nosotros vemos en ellas al cielo que nos
inhala y por eso, humildes, sin crecernos, aumentamos la calma, calmamos el
entusiasmo y perduramos en la intención sin resquebrajos. Ese lago bajo el
cielo muestra lo que nos debemos, la pisada sólida, el espíritu erguido, sin detrimentos,
humilde pero ancho. Dirigidos sin pausa vamos al objetivo y el dragón vigilando
impasible el baile de sonidos que hacemos al arrastrarnos. Desde arriba quizá
podamos volar en la caída, desde arriba, quizá lo alegramos.
En ese instante, en ese momento de luz aproximada, en el
borde explorado, junto al elevado precipicio que alcanzamos, aparecen los dos
puentes ofrecidos, la virtud silenciosa por un lado y por el otro, encadenado,
el deber humano significativo. Ahora hay que decidir qué camino tomamos, si el
del santo olvidado o el de ese que todos añoran ser en sus sueños, el logro
superado. No hay tacha en decidir, el cielo nos coloca despiertos en esta cima
y en ella decidimos si somos nube o lluvia, noche o día. El alma no carece de
dobleces y el cielo nos ha configurado así para mostrarle nuestras vías
recuperando su sentido celeste en nuestras dudas.
Un suave viento sobrevuela ese cielo que nos muestra el
camino del día de sol y sombra. Ese viento nos insinúa relajar el avance,
suavizar lo aparentemente inevitable. Transitar delicado entre rocas aún
aristadas, no provienen las heridas a veces más que de la propia carga.
Abandonamos temporales la intención emergente para domar aquellos detalles
pequeños que configuran nuestro momento. Hay que doblegar los excesos
resistentes y el brillo del amor que buscamos en nuestra acción perseverante
fluye, incesante, hacia los bienes. Es el cielo quien lo anuncia soplando nuestro
norte y venciendo al horizonte atardecido.
Dragón volando en el cielo que soñamos, dragón temprano.
Ahora estamos en el quinto peldaño. Ahora más que nunca nos acercamos a los
fragmentos dispersos de nuestra esencia. Llegan y llegamos sin decisiones que
tomar, nos aproximan las fuerzas iguales que transitan siempre en convergencia,
es el destino en su más pura esencia el que nos une. Ahora somos y por eso
estamos, cerca unos de los otros, nos preguntamos en conjunto qué somos aquí
arriba, ¿cómo hemos llegado? El silencio es la respuesta que merece no hacer la
pregunta, es ahora o nunca cuando saltamos, hacia abajo o hacia arriba. Que sea
dios el qué decida si le damos la batuta, ya estamos más cerca de él en este
instante de lo que nunca estuvimos, ahora el peligro de equivocar nuestro
destino es un delito injustificado, hay aquí más luz que sombras si nos
permitimos errar.
Ojo, mucho ojo entonces. Subimos más de lo debido y el
dolor responde. No sabemos hasta dónde si no escuchamos constante al dragón
interior responder a nuestros sueños iniciales. Qué desastre querer ser más que
nadie incluidos nosotros mismos. El límite está dibujado en cada línea
transcurrida, sin dudas, sin temores, sin descanso, el norte no espera al
dormido, su tránsito milenario continúa su curso y nuestra obra, siempre
insignificante, se nos puede poner por delante.
Es entonces cuando entendemos que el mal siempre nos
acecha y el bien nos exige mecha que quemar en cuatro nuevos postes para
sujetar el cielo del bien. Primero, sin demora, el tigre y la grulla
enamorados, solo así el hijo de ambos pertenece al equilibrio que buscamos.
Segundo, inmediato, el mal desalentado por culpa de nuestra inquebrantable
voluntad de verdad. Tercero, sin descanso, vacuidad para que no haya filo
maligno que nos corte, ir al encuentro con lo mismo sería mucho más que torpe.
Cuarto, ahora, sin dar nada a la maldad nos espera convencido el bien que
invocamos permanente, no hay que dudar sobre qué alimentar. Siempre la luz que
nos acoge debe ser decidida, ni un instante navegar las aguas de la duda sobre
esto porque, a no ser que todo en bloque mute hacia el oeste, nuestro destino
es la luz verdadera que da vida a la tierra.
Y si todo a la vez se transforma, bendita unión creadora
que en un coro de dragones cantan ensimismados el milagro de la vida entre
abajo y arriba. El cielo vuelca su techo y el suelo se vuelve noche estrellada.
No sabemos entonces si el mar es el reflejo o el cielo, sin tantos brillos, el
entresuelo. Es entonces cuando la fusión se realiza y la calma primitiva
perpetúa su existencia. Damos gracias al cielo y a la tierra por ser bendecidos
y sumamos todos nuestros hitos a una hilera interminable de olvidos. El cielo sonríe
en nuestros ojos y la escalera se recoge hasta que la demanden otros. Tres
monedas, seis tiradas, un destino, palabras…
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