The return of the beautiful gardener - Max Ernst |
Decía Gaudí que la
originalidad consiste en el retorno al origen; así pues, original es aquello
que vuelve a la simplicidad de las primeras soluciones. El aforismo sobre el
que hemos trabajado en esta última cita de nuestro club de lectura sobre el Dao
De Jing nos habla de este movimiento, de este retroceso de retorno al principio
que nos plantea, siempre indiscutible, el movimiento del Tao.
Complicado es
aceptar en estos días que una propuesta nos invite a retroceder, pero cómo no
hacerlo si nos encontramos al borde de un abismo merecido. La reflexión, lejos
de ser el arma de la que se vale el Zhi
Ren (hombre perfecto) para afrontar la escala de su propio desconocimiento,
se aparca a la vera de un futuro posible para adentrarse en un presente en el
que el pasado solo ha dejado meras cicatrices físicas. El camino es de vuelta
al origen inexistente que nos entregó una luz inesperada.
Ese no ser del que
vinimos, encarnado en el seno de nuestras madres y provocado por el alma
expansiva de nuestros padres, parece que tiene un motivo anterior incluso a un
tiempo en el que nada existía. El retorno a ese lugar parece inevitable como
inevitable se nos muestra la necesidad de dejar que la corriente del tiempo, en
su ilusorio avance, nos retroceda al origen del que parte nuestro futuro.
Viento y pasado se
alinean en una búsqueda natural de lo que procede y, sin embargo, imaginamos
que avanzamos en esta pendiente que nos lleva, descendente, al origen de
nuestra esencia irracional. Para ceder, para retroceder, para volver a un
origen cargado de regalos para el alma de quien nos impulsó en este viaje, no
tenemos más remedio que aceptar la dirección de la corriente consciente de que
no vamos a ninguna parte conocida.
Sabedores de que
nuestro principio indefinible contiene la esencia del ser y del no ser, ¿cómo
podría preocuparnos nuestro destino temporal? Volver a la esencia es volver a
conocer de primera mano el punto inicial de nuestro párrafo final. En ese
segmento de nuestra vida por venir, o que ya existió, nos confunden rostros
imaginados que pretendimos haber visto antes de verlos. Ese Déjà vu no es más que la certeza de que
vamos hacia atrás cuando imaginamos avanzar hacia adelante, esa perspectiva nos
confunde sobremanera y nos inquieta al no querer mirar nuestro propio origen
cara a cara, ese que nació del no ser antes de que fuésemos.
Señalar la
debilidad como la cualidad del Tao no deja de ser una irónica valoración de lo
que entendemos por ceder ante el esfuerzo de oponernos a un universo infinito,
en infinita expansión, en el que nuestra efímera personalidad malgasta el
tiempo perseverando en un intento de oponerse a esta fuerza descomunal e
intangible. Esa prepotencia de nuestro intelecto no deja de ser nuestra
fundamental herramienta para comprender que aunque débiles, todo lo percibido
se encuentra y se detalla a partir de nuestra experiencia existencial, esa en
la que nacen las cosas que conocemos, esa en la que el movimiento del Tao, en
su dirección de retorno, nos muestra todo aquello que es capaz de producir
cuando nos limitamos a esa acción sagrada que es la observación. Quizá si nos
paramos y aceptamos, no como débiles elementos, pero sí con el oportuno grado
de cesión, podemos sentir realmente la dirección de los acontecimientos en los
que navega nuestro espíritu al encuentro, inevitable, del mar de nuestro
principio.
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