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Quietos, esperando.


El desánimo pujando con fuerza
mientras el silencio de un pensamiento cruzado con otro,
interferido por miles de voces gritando sin coherencia,
insiste en apagarnos la mirada.

El páramo triste que nos promete esta desidia
se disfraza de luces misteriosas que nadie ya cree.
Lamentarse despacio para correr hacia el abismo
en un barco que lamenta el principio y final de su viaje.

Este trozo de humanos perdidos en su egoísta despertar,
esta rama de instante disfrazado de esperanza
sin un concierto que acompañe
al triste e inevitable desenlace. ¿Qué hacemos?

Buscamos el sentido del lienzo en blanco
sin saber nunca que queríamos pintar.
Miramos desde la lejanía como caen muertos 
aquellos que sujetan desde el pasado nuestros balcones,
esos desde los que aplaudimos a los héroes desconocidos.

Estrenamos el desastre con la ilusión del que observa un cambio.
Un estrepitoso gentío que llora a lo lejos nos anuncia nuestro futuro
pero seguimos esperanzados en seguir de pie 
trastornados por la impronta salvaje de esta inesperada perversión.

Esta tensión nos demuestra la debilidad de lo que somos,
de lo que hemos llegado a ser pese a recibir firmes el testigo.
Ahora más que nunca nos perdemos hacia el abismo
en el que nos espera una lucha sin cuartel por intentar ser.

El centro de nuestros objetivos palidece
cuando comienza a ver las entrañas del momento terrible,
tan cerca que ya no hay lugar para el tiempo,
tan rápido que el parpadeo reconoce que no llegará a su fin.

Ahora estamos de frente, esperando, parados,
tristes y asustados pero con ansias de luchar.
Con necesidad de ir a por las armas para apagar 
a este enemigo invisible. 

La guerra antes era terrible.
Ahora solo es inesperada.
La distancia de los fusiles ya no mata
Lo hace un simple abrazo,
tocar una rosa,
secarse las lágrimas.

Ahora estamos ahí sentados esperando,
soñando con poder soñar más adelante.
Perdiendo el presente como siempre lo hicimos,
naufragando en el instante que no supimos recolectar.

Ahora estamos dormidos sin pesadillas.
No nos llegan al alma tanto como alguna noticia
que nos recuerda que sentimos por otros,
que lloramos por aquellos que están tan lejos de aquí
en una distancia desconocida.
Sólo sentimos el eco de su desgracia.

En este estado solo el alma guerrera nos soporta.
No decaer en ninguna circunstancia,
no ceder ante el envite.
Aguantar y empujar, empujar, sin descanso.

El día nace de nuevo y con él, sueños
que no despertaron con nosotros, 
que nos persiguen todo el tiempo que existimos
tocando el alma de vez en cuando en alguna sonrisa robada.

Y en ese espacio mágico y misterioso
recobramos el presente, lo vivimos.
Encontramos esa parte de nosotros que se nos quedó atrás,
cuando no conseguíamos parar la inercia obligada de la vida.

Ahora estamos, somos, vemos. 
Queremos durar en estas condiciones
sin pagar el precio de la espera,
sin observar cómo caen los artífices de nuestro descanso.

Queremos llegar a ellos y darles la esperanza,
esa que tan solo la distancia nos regala.
Pero no podemos salvar la distancia quietos,
Parados, esperando. 

Así, como paréntesis del instante, 
ellos muriendo y nosotros esperando,
comprendemos nuestro mutuo vacío.
Y en ese vacío recobramos el sentido
para morirnos y nacernos segundo a segundo
mientras soñamos con tener esperanza.

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