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El Tao da y el hombre actúa

Dibujar el vacío con vacío no es posible. Pretendemos llenar algo cuya naturaleza fundamental es la vacuidad aunque nosotros no podamos percibir más que lo que sentimos. Así evaluamos las cosas en virtud de sus apariencias, sin pararnos a pensar que en realidad no son nada más que destellos dentro de nuestra mente, quizá reflejos de un sueño ya olvidado.
Intentamos convencer con palabras de aquello que nuestra mirada niega absolutamente, no por convicción de lo pensado, sino porque nuestro corazón no acepta intermediarios y fluye a raudales para aquel que sabe escuchar lo inaudible.
Qué grato aquello que convoca a los sentidos y que falso resulta equivocarse cuando el paladar saborea el dulce néctar de la adulación. No se esconde el significado verdadero del fulgor de un amanecer compartido, todos vimos el mismo principio y el final nos acogerá sin jerarquías. El lamento es una actitud innegociable ante el espíritu, su vacío no contiene ni la más leve queja que evidencie nuestra sintonía. No somos semejantes, somos sonido y eco entrelazados en una danza desconocida que pretende presentarnos.
El cielo se manifiesta simple, emerge hacia un bien indiscutible mientras que la tierra, a través de nuestra solidez, nos plantea alternativas al bien que nos destruyen. No hay fugas si el corazón no es oculto tras el párpado involuntario, el sabor amargo trae otro tipo de mensajes que no deben ser descifrados cuando el alma no está a la altura. Es el aire lo que compartimos no las misiones que el cielo nos reparte, es el agua la que nos nutre por igual, aunque tan solo el soplo celeste acentuado nos permite ver más allá de su mera transparencia. Sentir y pensar no son lo mismo.
De esto colegimos que saber y conocer no son la misma necesidad para todos ni misión equiparable en almas asimétricas, cada cual cumple su función en el perfil del espectro que le toca, cada cual con su nota, cada cual con su misiva, cada cual con su sueño irrealizado.

Ahora, cuando la noche se aproxima, es cuando podemos limpiar el saco que contiene nuestro diamante oscurecido, enseñarlo a la luna pasajera y que nos llene con sus mensajes sin palabras. Solo ellos conllevan el sacrificio que nos garantiza el tránsito milagroso que queremos realmente bailar. Dando el cielo y actuando el hombre en correspondencia se armonizan todos los rayos de luz que podemos reflejar hacia el abismo. A cada cuál que lo ilumine como corresponda.  

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