Poco puede decirse que no se haya dicho ya de uno de los más aclamados
novelistas del siglo XX. Germano de origen, Herman Hesse es uno de esos casos
recurrentes del mundo occidental hipnotizado, cuando no enamorado, de todo lo
que oriente puede enseñarnos en materia espiritual. Esta búsqueda marcará la
dirección de su obra desde sus primeros comienzos.
Hijo y nieto de misioneros, se muestra indiferente ante las cómodas trampas del
convencionalismo religioso y moral de su tiempo, escapando de cuantos
seminarios intentaron doblegar su inquietud formadora autodidacta. Fiel a este
principio, se formó a sí mismo desde la lectura y el estudio personal de
aquellos temas que movían sus anhelos y su verdadero interés por el
conocimiento. Esta actitud queda reflejada sobremanera en su novela Bajo
la rueda (1906), su primer libro editado, en
el que se narran los dilemas existenciales de un adolescente. Esta dinámica de pensamiento y de acción le generan una
sucesión de inoportunas calamidades que, finalmente, acaban dando al traste con
cualquier aspiración positiva que hubiese podido instalarse en su vida. Esta
exploración sobre la educación, confrontada con el desconcierto propio de la
mente de un adolescente, se muestra como un autorretrato ocasional y una
exploración retrospectiva de posibles caminos personales alternativos.
Desde su primera novela, Peter
Camenzind (1904), deja claro su rechazo a
la sociedad que le acoge, mostrando un interés temático por los aspectos
propios del misticismo urbano, que localiza escondido en las solapas de vagabundos y
bohemios. La palabra inconformista sería uno de sus apellidos naturales
claramente expresado en los diferentes temas de sus obras.
Su
postura frente a la rigidez de la burguesía convencional, en contraste con la
espiritualidad de oriente, marcan sus líneas evolutivas personales, llevándole a
explorar los aspectos psicoanalíticos del ser humano en dos grandes obras como
son Demian (1919) y El
Lobo Estepario (1927). Estos dos polos de su obra delimitan un periodo en
esta exploración personal que, sin olvidar los aspectos simbólicos del mito
recogidos en su magnífico Viaje al Este (1932), marcan un interés
profundo por el conocimiento de la esencia humana y su visión desde el plano de
la mística. Es en esta fase en la que escribe la novela lírica que tenemos
previsto comentar en nuestra próxima cita, Siddharta (1922).
La
expresión del instinto personal de búsqueda queda manifiestamente expuesta en
esta novela, que nos señala a los lectores una balanza personal entre un
profundo conocimiento y una absoluta ignorancia hacia cualquier sentido nuclear
de la existencia.
Plagada de mitos y simbolismos, es el fruto de un viaje a la india en el
que el escritor, ya veterano (45 años), localiza el pretexto para expresar
aquello que los genes de su abuelo y de su padre, ambos anteriormente misioneros
en la india, sembraron en su filogenia. Hesse despliega un nutrido grupo de
almas personales, materializadas verbalmente en los personajes de la obra, para
intentar aproximarse a un Atman fugaz
que se le resiste libro tras libro. Subdivide sus inquietudes y sus dudas otorgándoles
nombre, personalidad y relación entre ellas. Un gran juego de abalorios premonitorio
en título con la que sería su última novela. En Siddharta, el metafórico rio
que representa a la vida se muestra como el objeto de observación y crisol en
el que se deben fundir las experiencias que otorgan el preciado don del «sentido».
Veremos
lo que da de sí esta magnífica novela en nuestro próximo encuentro.
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