Seguir el consejo no siempre es
fácil. Si las medidas que adoptamos dentro del marco de nuestra propia
autonomía sobresalen del continuo, tropezamos. Toda orquesta se siente
influenciada, de algún modo, por los propios sonidos internos y externos de la
música, nada escapa al ruido imperante.
El gesto de estudio debe permanecer
sin traspasar las barreras prohibidas de lo absoluto. Un tipo de conciencia que
entiende sin comprender y que avista antes de asomarse, quizá porque el ruido no
puede ser otra cosa que tormenta. Es oscuro, misterioso; está oculto a sentidos
sin diseño aparente.
El inmenso y absoluto Dao nos
atraviesa, y es el dolor de la herida el que nos confirma su existencia. Lo
hace sin detalles, sin mediciones ni reflexiones. Está ahí y duele como todo lo
que acontece fuera del marco definido. No queremos que deshagan nuestro libro,
no queremos que nada interfiera en la película que dirigimos como actores de
prestigio.
Es terrible saber que, en el
fondo, nada depende tanto de nosotros como el no hacer nada hacia el sentido, tan
solo cumplirlo. Es imposible estar impasible si el fenómeno nos aborda, nos
envuelve y nos atraviesa hasta que no queda nada de nosotros, solo él. Por eso
no podemos dudar de su existencia, tan solo sabemos que no se ajusta a nuestras
súplicas; él tiene las suyas propias y obedece nuestra existencia al gran magma
impredecible de sus designios.
Quizá, el sentido no es más que
una forma de entender qué proponemos, en orden, eficacia y resolución hacia la
vida. Llegamos a ella invitados por otros que no saben a quién invitaron, solo
que son también siempre responsables de ello y, a la vez, reflejo de lo que
seremos algún día.
Es el arte, el amor y la aventura
de vivir lo que nos invita a perecer sin lamentos, día a día hasta el último
registro concedido. Solo podemos estar hasta que él lo determine sin anticipar
acontecimientos que son pecaminosos. El designio no nos pertenece como casi nada
de lo que nos rodea, solo las sensaciones que fluyen tan deprisa que incluso acabamos
dudando de ellas.
Y es la duda el sentimiento que
equilibra el dolor de la conciencia, nos ofrece una efímera percepción de
posibilidades, nos incita a pensar que podemos hacer algo que nos saque de una
inercia que siempre nos ha superado. Imposible pero reconfortante.
Somos la hormiga que es pisada
sin acción ni omisión. El ave devorada por el felino o el pez que agoniza en
las redes. Somos la flor que se marchita en el verano o la rama cortada para algunos
fines pasajeros. Somos siempre la marea arrastrando y demoliendo aquello que se
interpone en su flujo; la lluvia que rompe las hojas débiles que no supieron
adaptarse, quizá no era esa su misión.
Y la duda y la misión se alían en
nuestra mente, para darle cuerpo al sentido que esperamos para darnos esperanza
en la desesperada certeza. Para acercarnos al implacable precipicio sin sentir
el vértigo que siempre nos produce el final inexplicable. Solo el sueño nos
convierte la vida en pesadilla, mejor relucir en el presente y vivir
intensamente la esencia a la que el libro nos invita. La noche le sigue al día
por mucho que nos enfade apagarnos, el día nos levanta con sus luces, aunque el
sueño nos requiera una y otra vez en esa pugna diaria y permanente.
Se acerca un final que
desconocemos y en él tenemos tan solo estas dos solidas certezas: la de la duda
y la de nuestro concepto de misión. Estas se desvelan observando los misterios y
pensando, sin pensar en ello, cómo se alienta el descontento de sentirse ser,
sin ser nada más que viento.
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