La mente se equivoca cuando acierta y acierta en equivocarse para mostrarnos la irrealidad de todo lo real que nos rodea. El ángel anticipado del futuro impredecible carece de sentido cuando el bien y el mal se desmontan mutuamente. El escriba se cuela en las palabras que le trascienden para dejar un mensaje inconexo que nada tiene que ver con el Dao. Sin embargo, como propietario espiritual del verbo, es el libro el que marca su sentido robando el contenido y significado final a las palabras equivocadas.
Trascendiendo su propio mensaje acalla las voces que critica, desprovee de peso al que sueña con colarse entre sus filas para transmitir sus miserias. No es hijo de nadie más que de sí mismo, nutrido por su propia vacuidad como solo una campana sagrada sabe resonar sobre sí misma. Para él, no somos más que perros de paja que tarde o temprano dejan de ladrar.
El ajeno sentido de identidad impregna todo lo que toca aún sin tocarlo. Se esparce como semillas de un mal necesario para el contraste, mientras que los ausentes se regocijan en sus cuevas sintiendo su profunda indiferencia. Pecaminoso placer revestido de mística que no es diferente al rebuzno de los burros de los que se burlan en sus preceptos.
Estar y Ser van decididos a su encuentro. Chocan de frente en sus cuevas para mostrarles su propia y maldita bendición. Estos, descontentos de lo que el viento les sugiere, prefieren volver a la locura de su relevancia para consolidar más si cabe su incoherentes afirmaciones. Qué duda cabe de que el bien y el mal existen para que podamos transitar entre ellos.
La luz y la oscuridad son la clara manifestación de este instante transitorio que nos toca. No vale escapar a la cueva como quién retorna al útero que lo engendró. La vida no funciona hacia atrás y la tierra no da para tanto cuando el tonto que nos señala es preso de su propia introspección malhumorada. El principio y el fin son puntos distantes que no podemos unir antes de tiempo. Sin recorrido entre polares, cómo podemos desplegar un espíritu llegado para eso.
Son palabras no actos los que definen el mensaje. Son sueños, no realidades, los que alumbran un ideal inalcanzable que garantiza el descontento por vivir. La única y verdadera cuestión es si esta enorme y aparente certeza sobrevivirá al implacable momento del final.
Debe ser triste sentir haber perdido la oportunidad de vivir la vida, de sentir realmente las aristas y pulir los bordes con algo más que pensamientos atrapados para nada. Qué peor infierno que haber desperdiciado la oportunidad de Ser realmente entre luces y sombras, entre verdad y mentira, entre el amor y el dolor.
Sin vida no hay precipicio ante el que sentir el vértigo que tantos ansiamos desde el principio.
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