Tiempos complejos para hablar de la
excelencia en el gobierno. La utilidad que tiene sobre la masa la cabeza que
decide es total. El rey que aflora en la adversidad reportando virtudes a lo
humano, virtudes que tantos se esfuerzan en desdibujar cuando los rigores propios
de la vida parecen oscurecer el horizonte.
El libro nos habla de un ser superior,
algo desconocido que se refleja en la calidad de sus acciones, sin nombre, sin
descripción. Su huella es su consigna positiva. Imposible denostar lo innombrable,
menos aún cuando su reflejo es solo luces sin sombras, las luces imposibles que
la nada refleja sobre el burdo metal bombardeado.
Estamos ahora a un paso del cero
absoluto. Mirar la excelencia duele a los ojos tanto como mirar directamente a
un sol que brilla más en la mitad de su recorrido. Ahora no hay dónde mirar. El
excelso gobernante desapareció en un pasado lejano, un pasado de sangre y dolor
que tenía en el trono el equilibrio comparativo de su nefasta realidad.
Transformamos el mundo doliente por
el mundo de la espera, el mundo de estar esperando algo que finalmente nos
atrapa de forma inesperada. Si hubiésemos conocido el sentido de la espera, el
sentido que mueve al gobernante que no se deja ver pero que actúa, que resiste
la mediocridad, pero no se contamina. El grande que evita la lisonja para poner
en claro la realidad de su espejo, sin mirar siquiera su reflejo para evitar la
crítica de su propia deshonra.
Este vacío de poder real nos conmina
a la desgracia repetida, a encontrarnos unos contra otros cuando el eje central
sigue sin estar definido. Sin verdad, sin luz, sin solidez, es imposible que la
peonza mantenga el equilibrio que nos debe, es imposible que sintamos la
gravedad que nos mantiene erguidos. Quizá de ahí el deseo de muchos de arrastrarse
ante el vértigo del descentre progresivo, el que nos arrastra sin freno hacia
el eterno desastre calculado. Todo se desordena sin un principio rector, sin un
alma grande estableciendo el norte que elude las desdichas de andar en zigzag chocando
unos con otros en esta tormenta permanente de lo humano.
Quizá ese desgobierno nos empuja al
único gobierno posible de lo personal. A una posición en la que nuestros actos se
correspondan con aquello que sabemos cierto, aquello que hemos decidido hacer,
aquello cuyo único impedimento es nuestra falta de equilibrio interior para
lograrlo.
El libro nos muestra el liderazgo
sobre nuestras pasiones, sobre nuestros sesgos y sobre nuestras creencias
equivocadas. Nos ilumina el camino de una acción sin expectativas hacia afuera.
Ese es sin duda el camino opuesto a la naturaleza luminosa de nuestro ser. La
palabra contamina con significados aparentes aquello que habla por si solo sin
intérpretes. Es el estado puro de la cuestión a la que nos enfrentamos, el Ser
que pretendemos cuando todo lo externo nos muestra permanentemente lo que no
es.
Ese líder indiscutible no es lejano,
está detrás de una simple decisión silenciosa, de una apuesta por lo alto
descartando lo bajo. Sin ruido, sin lamentos, sin esperanzas de brillo, la realidad
nunca escapa a la certeza y esta brilla siempre con luz propia. Conscientes de
esto no hay que instalar el alma preocupada en una espera infructuosa. Debemos
vivir en la acción permanente de ascender, sin público, sin doctrinas, sin
expectativas de superioridad ante otros. No hay ningún otro que desdibuje la
escena del que va en la dirección correcta. Y si los hubiese, el tiempo le
deparará certero un mismo final inesperado.
Comentarios
Publicar un comentario