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Principio supremo de vacuidad. 60



Movimiento dentro de la quietud. Una frase que siempre me ha inquietado quizá por su falta de significado aparente. Contradicciones en las que nos movemos como seres llenos de polaridades en pugna. No acierto a entender lo efímero del movimiento de la mente cuando está sometida al empuje de las otras mentes que coexisten.

Sucumbimos al principio de alteración permanente. Cada destello atrapa un fragmento de una atención que pretende unificarse sin conseguirlo. El aire y el cielo están como contraste de la materia y la tierra en este singular juego de opuestos que nos genera.

Elementos, polaridades, quietudes y movimientos que tenemos que intentar simplemente percibir sin adjetivar, si lo hacemos volvemos a movilizar la rueda que siempre requiere de los pares de fuerza que giren su eje. Gira el eje permanente mientras no consigamos escapar de la realidad de la mentira. Construimos cada momento con palabras, recuerdos, futuros imaginados y silencios que interrumpen la continuidad de historias más densas que posibles. 

En esta especie de baile alocado pretendemos parar el techo de esta habitación en la que dormimos, en la que soñamos despertarnos. ¿Estamos girando o es el sueño el que gira? ¿Es la naturaleza de la mente silenciosa o son sus frutos enquistados en verbos, nombres y adjetivos los que enturbian la verdadera percepción iluminante de cada «estar siendo»?

Miles de preguntas realizadas con las mismas palabras que intentamos esquivar. Es el momento del silencio total, de escuchar el ruido de lo interno mientras las palabras dejan de insultar la realidad. Es el momento de la calma para que todo se haga a sí mismo, para ganar certezas que no podemos comunicar en un orden que satisfaga a la lógica temporal, esa que esclaviza el sentido disfrazándolo de argumento. 

Ahora la noche se va y llega la luz de estar en calma rodeado de sentido, sin esperanzas ni matices alejados de lo que podemos realmente sentir. Ahora, sólo ahora, es el instante pleno. Sin brotes que cortar, sin frutos que recoger, sin líquidos que hacer descender por nuestro cuerpo para encender un fuego que no puede ser avivado sin voluntad.

Es el instante incorrupto el que favorece el natural discurrir de las cosas hacia su verdadera naturaleza impoluta. No hay espejo en el que el polvo pueda posarse, no hay árbol en nuestro cuerpo rodeado de fluir misterioso y profundo. El alma es real, sentirla es preciso para seguir sintiendo lo permanente. Lo llamamos de mil formas, yo lo llamo sentir paz y felicidad de forma pura, sin vínculos a ideas, pensamientos, palabras o fantasías. 

Solo en un mero principio absoluto podemos abarcar sin palabras la infinitud de la cosa, la profundidad de un Ser que juega a no ser descubierto. La vida depende de que percibamos ese juego sin describirlo, sin pensar en él, sin comunicarlo más allá de la mirada que divide la realidad de la mentira.

Bendito principio el silencio y la quietud que nos permiten, de forma natural, retornar al origen pleno que nos espera al fundirnos con el Tao.

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