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Qué listos los gusanos

Es difícil pretender no congelarse en un estado de satisfacción. Conseguir el calor que proporciona un combustible interior bien asentado nos anima a no movernos de ese momento intrascendente. Una parte de nosotros pretende seguir alimentándolo consiguiendo con ello aumentar nuestro peso y decadencia.
Erudición es contención sin aplicativos necesarios para  la vida. Quizá algunos tengan ese destino prescrito por entidades insospechadas, pero entonces ¿para qué las piernas?
El alma quiere expandirse y para ello necesita conocer. El conocimiento es un modelo de avance, es un rio con sus lagos, no un estanque. Acumular es desprenderse de la opción dinámica de explorar el universo externo e interno. Tan solo navegamos entre las palabras claras de los que en su vuelo pudieron observar la lejanía. Qué curva pretendemos observar sin un centímetro de elevación cuando el peso de contener nos lo impide. Qué mar alcanzaremos sin que quebremos el embalse para regar los campos de nuestro futuro.
Saber para hacer, saber para dar, saber para sentir y poder volar con todo ello más allá de nuestro instante atascado. Es el olor del futuro el que nos debería aconsejar a que nuestra erudición silenciosa evolucionase en un modelo real de conocimiento aplicable a nuestras vidas. Es necesario aceptar el amargor de la ingratitud como un fragmento afilado para tallar nuestras aristas y que el saber acumulado se gastara en dar erosión al proceso. Ser conscientes del fracaso engrosado al que nos condena el simple hecho de acumular conocimiento es la llave para transformar la situación hacia el flujo que nos corresponde. Vivimos y morimos por ello, pero suelto el espíritu, la aventura comienza enseguida.
Vivir es lo excitante sorprendidos por cada muestra de luz que ilumina nuestra comprensión. Conocer para avanzar, comprender para regalar aquello que entendimos a mentes que buscan igual que nosotros completar ese círculo maravilloso del ser. No hay trabas en la búsqueda, no hay temor en el conocimiento, tan solo vigilancia ante la posibilidad de que la densidad en la que hurgamos no nos absorba como movedizas arenas que llenan de ilusión tan solo la mente; el alma y el cuerpo serían despedidos de inmediato.
Es ese almacén de datos el que simula en nuestro ego que tenemos algo que nos hace más. Que estúpida ironía cuando no se hace nada con aquello que se conoce. Es preciso aprender para levantar el vuelo, pero que tonto gesto mantener la barca con la que cruzamos el río aún en la ascensión de la montaña que esconde la luz que buscamos.

Tomar y desprender, la naturaleza nos lo enseña con el alimento, con el agua, con el aire y con los sueños. Tomar y soltar. Si el conocimiento no fluye en pulsaciones tal y como nos muestra todo el universo, seremos almas estreñidas que no consiguen en verdad el alimento que pretenden. Quizá si no cambiamos conseguiremos ser en un futuro no muy lejano un gran bote de conocimiento almacenado en neuronas que se van descomponiendo poco a poco. ¡¡Qué listos los gusanos!!

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