Man on verandah (David Alexander Colville, 1920-2013) |
Si hablamos sobre el no hacer, la contaminación que nuestra
mente ha adquirido a lo largo de todos estos años hará su aparición
mostrándonos un significado simple, directo, inequívoco. Se trata de estarse
quieto y de no hacer nada.
Sin embargo, estar quieto
no significa obligatoriamente no hacer nada, sobre todo si nos referimos al
concepto tradicional de Wu Wei del
que ya hemos hablado en otros espacios.
Ante la premisa de dejar
de hacer no se nos ocurre inicialmente gran cosa. Para comprender mejor el
significado profundo de esta instrucción debemos trasladarnos a nuestro almacén
de recuerdos, sentarnos a meditar sobre lo que sentimos en aquella ocasión en
la que, sin quererlo quizá, nos quedamos quietos en mitad de una calle muy
transitada absortos en nuestra observación. Podemos encontrar este significado
en la sensación, en el sentimiento de calma que produce lo simple frente a lo
complejo, lo lento frente a lo acelerado, lo real frente a lo virtual…
Estar sin estar no es un
galimatías ininteligible que debamos abordar como si de un Koan Zen se tratara. Es tomar partido por una vía menos compleja,
menos autoexigente hacia lo exterior pero enormemente exigente en cuanto a
consciencia real del instante en el que estamos inmersos.
La vida es mucho más
simple en esencia de lo que el establishment nos propone. No necesitamos tantas
cosas que distraigan nuestra atención. Atentos: «distraer la atención». La atención es el objetivo real, el foco sobre lo que
aconsejamos meditar para abordar la cuestión a la que apuntábamos al principio.
El texto nos habla de
tener por grande lo pequeño y por mucho lo poco. En esas breves palabras se
muestra, no se esconde, el significado. La simple conversación prestando
atención a nuestras emociones y a las emociones manifestadas por la persona que
nos acompaña puede ser mucho más nutritiva en el plano espiritual que debatir
acaloradamente de un tema en el que nuestro nivel de influencia es escaso,
quizá cero.
Nos agarramos a los problemas
porque nuestra mente ha evolucionado en esa dirección. Se ha autoconfigurado en
su entorno de supervivencia para afrontar las cuestiones y solventarlas.
Debemos dar un giro a esa tendencia sin que por ello renunciemos a la
naturaleza profunda de nuestra mente. Enfocar la cuestión en cómo desarrollar
nuestra percepción más pura. Cómo evitar que se nos cuele aquello que contamina
la imagen del objeto observado.
Todo tiene su momento. En
determinadas situaciones debemos relacionar elementos para comprender o abordar
reflexiones de mayor calado racional que las meditativas. Cuando estamos buscándonos
a nosotros mismos, cuando el trabajo consiste en contenerse, en aceptarse, en
comprenderse, la tarea parte originalmente de observar desde la tranquilidad de
que ya hemos llegado aquí. El trabajo vital original está hecho. Ahora toca
entender, comprender y sobrevivir para poder asumir esta tarea de nuestra
conciencia.
El texto de hoy nos
propone mucho más que una simple expresión verbalizada de nuestro sentimiento
sobre él. Nos invita al cambio, a calmar el entusiasmo de imágenes que se
disolverán inevitablemente en el mañana. Solo la experiencia consciente
inmediata, real, profunda, nos puede ayudar a construir un sentido y
sentimiento sincero hacia lo milagroso de nuestra pura existencia. Ese es el milagro,
ese es el descubrimiento. Nada puede superar en magnificencia a la conciencia
que nos contiene comprendiéndose y sintiéndose a sí misma en cada célula u
átomo que nos conforma en este universo manifestado.
No somos nada para serlo
todo, no hacemos gran cosa más que cambiarlo todo de sitio en muchos niveles.
Nos entretenemos en dar y pedir, en buscar y encontrar, en imaginar y hacer.
Todo ese proceso hermoso, propio, necesario para todo lo que somos, tiene un
contrapunto sereno en el que nos podemos encontrar relajados, sintiendo la
vida, respirando el universo, soportados por la tierra mientras el cielo cubre
nuestro momento real. Ese contrapunto es puro, no necesita intermediarios, ni
objetos en los que proyectar la ansiedad de construir que hemos desarrollado
milenio tras milenio. El espíritu está ahí esperando a ser despertado. Quizá
para que despierte debemos desacelerar este sueño de objetivos, proyectos y
expectativas y, sin anularlo, dejarlo estar en el territorio racional del juego
permanente al que jugamos los humanos cuando olvidamos que algo dentro de
nosotros está percibiendo todo esto, un algo que no podemos comprender pero al
que podemos unirnos para amplificar la experiencia vital que tanto ansiamos.
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