En nuestras profundas reflexiones
sabemos que queremos ser mejores que
alguien o que algo. Sentimos esa pulsión sin llegar a distinguir con claridad
cuál es el objeto de nuestra premura por
transformarnos en direcciones diferentes a aquellas en las que nos encontramos.
El actor es, sin duda, nuestra propia
naturaleza que empuja hacia arriba por más que la lastremos entre cosas, sueños
e irrealidades. El alma que sucumbe a la opresión de lo cómodo no es otra que
la misma que produce la queja sobre la monotonía de la que pretende alejarse.
Todo es cambio y el Tao integra este pensamiento, este discernimiento, esta
ilusión en un flujo interminable de alternancias entre lo evidente y lo oculto.
Queremos desentrañar los misterios que
corresponden a entidades superiores a nosotros mismos, quizá porque una parte
de esa entidad milagrosa que llamamos Tao nos contiene y es parte de nosotros
al mismo tiempo. No podemos desembarazarnos de esa intención porque forma parte
intrínseca de este Tao innombrable que no dejamos de mencionar. Es esta
intención de descubrir, de despertar, de conocer, la que encierra en sí misma
la propia naturaleza oculta de un infinito que quiere conocerse desde el
reflejo que nuestras consciencias unificadas le regalan. Por eso es necesaria
la luz, la claridad de pensar y actuar, la necesaria luminosidad que engendra
un corazón que acepta todo sin juicios pero apartando y acercando aquello que
su naturaleza primordial le dicta. Es así porque esa naturaleza es en esencia
un segmento de una vía inexplicable regalándose a sí misma la experiencia
individual fragmentada.
Desde esta perspectiva, ¿cómo desechar a
los hombres por malos o por buenos? ¿Cómo localizar las oscuridades que ellos
mismos están intentando, conscientes o inconscientes, atravesar en su camino
natural hacia la luz? El Tao es hogar de todos los seres y foco iluminado que
seguir cuando se decide finalmente si ponemos o quitamos; quizá este es el gran
dilema que debemos resolver y cuya respuesta está acuñada de antemano en el
sentido permanente que guía nuestra evolución latido a latido, sueño a sueño,
vida tras vida.
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