Los complejos que inundan nuestra sociedad se diluyen
cuando el simple gesto de respirar diferencia con claridad al día de la noche.
Esperamos ausentes de nosotros mismos a que el orden sea construido desde el
permanente esfuerzo, sin pararnos demasiado a pensar el motivo de nuestra
creciente complejidad.
Los días se evaporan mientras cansamos el espíritu
intentando dilucidar el origen de nuestros demonios. Los sabios aclaran poco
cuando nos sumergimos en sus reflexiones interminables, esas que siempre
concluyen en la nada inevitable de toda ficticia creación. El Tao nos aguarda
en todo constantemente, pero no nos convence su cruda realidad.
El hambre de sentido del hombre nos impulsa a construir
castillos de aire en los que no cabe ni un alfiler cuando conseguimos saturar de
tonterías nuestro presente. Desde ahí el pasado se vuelve lastre y el futuro un
muro infranqueable; tan solo un momentáneo instante de silencio resquebraja
nuestra propia obstrucción construida y, de golpe, todo se simplifica tanto que
nos parece hasta falso.
Ser o no ser es tan solo una mera cuestión que nos
transporta sin remedio a las afueras de lo que somos. El Tao no exige conjeturas,
no se presta a valoración, no se muestra mientras que todo lo refleja. Ver y oír
es insuficiente cuando es nuestra mente creativa la que se esfuerza en
convertir en blanco y negro todo aquello que recibe. Tanto esfuerzo en soplar
cuando el viento por si solo hace el trabajo que corresponde. ¿A qué virtud
real aspiramos? ¿Debemos hacerlo desde nuestro propio parecer o escuchar ese
viento de otoño que salpica de imprecisión nuestros recuerdos?
Fijamos objetivos estáticos en un mar bravío de instantes
perpetuos que se entrelazan y superponen infinitas veces en cada segundo.
Queremos fijar el patrón de una foto de algo que no se detiene. Avanzamos a
filmarlo, pero no hay ni una mota de sentimiento en ese conjunto de colores
desplazados en un simple objeto. Llegamos a estas conclusiones deprimentes
cuando intentamos sacar agua de un pozo de piedras resecas que, en su propio
eco, nos anuncia la escasez de líquido de su poca profundidad. Solo al mirar al
cielo cobra vida lo eterno, se incrementa hasta el infinito lo incierto y se
nos brinda el agua de la certeza. Solo el Tao responde cuando callamos, solo el
Tao simplifica el complejo entramado que nos intenta pervertir un alma que
crece en conciencia.
Vigilad de cerca, no equivoquemos la ruta de progresión
para que lo que alimente el sentido parta de una raíz con esencia. Quizá esa es
la compleja pero sencilla propuesta de desaparecer lo justo para que nuestro
espíritu ilumine una conciencia que se construye, generación tras generación,
dando golpes de cabeza en los propios muros que ella misma fabrica. ¿De dónde surgirá
tanto anhelo de sentido?
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