Para
que nada te corte, siembra el silencio en el corazón que se nos ha prestado en
este tránsito efímero que recorremos. El oculto resplandor no es nuestro, no es
realmente la luz que nuestros ojos creen observar. Al mezclarnos en la
oscuridad global que atesora nuestro sentido grupal extravagante, en ese
proceso que también no cesa de empujar, nos vemos obligados a ser aquello que
no pretendíamos en nuestras primeras ilusiones.
Cuando
navegamos en sofás, desdibujados ahora en la memoria, y éramos felices recreando
en nuestra mente una historia de héroes y villanos terribles que resultábamos,
de algún modo, ser nosotros mismos adelantándonos al tiempo, experimentábamos
un proceso de fusión lleno de alardes, de magníficas glorias expectantes.
Éramos el proyecto magnífico de lo humano en un mundo repleto de otros
corazones semejantes.
Eran
días de paz y de guerra, de sombras y luces, días sobre todo intensos del
vivir. En ellos crecimos aceptando y rechazando constantemente regalos cuya
presencia sentíamos predestinada. En el largo periplo hasta el ahora, muchos
restos de lo que podíamos haber sido se quedaron pegados al deshoje inevitable
de la edad. Los sueños, adheridos a esas expectativas fantásticas, se tornaron
realidad poco a poco sin que nos diera tiempo a reconfigurar nuestra capacidad de
valorar del mismo modo la mera subsistencia.
Parece
que pasa el tiempo y la propuesta ahonda aún más en desaparecer de nuestra
imagen; rechazar el verbo como excusa para rememorar aquellas locas historias
que nos convirtieron en quienes somos hoy. ¿Cómo y por qué cerrar las puertas a
la vida imaginada? ¿Qué sentido tiene la realidad sin su contrapunto imaginario
en el que caben dioses, monstruos y hasta seres humanos auténticos?
Necesitamos
el tiempo que nos permita realizar la labor de desenredo para poder, dentro de
nuestras aberturas tapadas, proyectar nuestro sentido vital en un espectro bien
diferente al imaginado. Ahora necesitamos decidir si seguimos el noble camino
de la renuncia o intentamos integrar aquello que nos construyó como un
fragmento más de nuestro papel de supervivientes. Es el alma pasajera en sus
susurros la que nos propone qué hacer, sin que el sentido común le pinte de
negro todo aquello que nos rodea. La luz no nos llega de fuera y saberse único
es, a la vez, saberse uno más de todos, como si la singularidad y la pluralidad
no fuesen, en realidad, la cara y la cruz de nuestra propia experiencia.
MISTERIOSA IDENTIDAD
Siguen sin
hablar los callados
Y la duda
me inunda momentánea
En un
acongojo que no comprendo sobre el sentido
¿Por qué
hablar desde el silencio?
Una ruta,
un instante, una realidad
Tan solo
están donde soy sin ser nada
Y percibirme
como algo me produce alegría
Descarto pues
la tristeza del plan que me propones
Decido,
como debo, ahondar más en la trama
Conocer qué
y por qué debo ser o no ser
Y saber
qué y por qué me construyo al hacerlo
El acero
forjado del fuego requiere siempre el agua en su templanza
Dos polos,
dos misterios, dos realidades
El alma no
descubre nada sin el pensar
Y la
oscura melancolía de la identidad misteriosa
Quizá no
tenga un motivo más que el aparente
Ese que
nos hace zozobrar un ánimo difícil de construir
Ahora
estoy y siento, vivo, respiro
Que nada
ni nadie nos niegue el susurro que nos hacemos
Comprobando
que este hablar sin saber puede ser conocimiento
Y que este
no saber lo que se habla puede ser la puerta que traspasamos
Antes de
que el oscuro rencor existencial nos la cierre
No más
cielos e infiernos en un ahora que está lleno de presentes
Luces,
sombras, amigos, distancia
Todo se
conjuga en una trama hecha para ser vivida
Mutante en
cada instante y sin prisa
Porque
correr hacia el misterio no es más, sin duda
Que acercar
la muerte más deprisa
El resto
ya lo sabremos.
Comentarios
Publicar un comentario