Lamentamos
sucumbir al derrumbe de nuestra ilusoria fortaleza cuando el alma animal se
manifiesta. Es ocasional pero nos perturba el pensamiento que creíamos
equilibrado. Asumimos un centro de cuyo equilibrio excluimos a un caos
necesario y fundamental para dar vida a lo creativo.
Ser
como pequeños recién nacidos no nos garantiza acceder directamente al estrado
de la verdad. Tan solo en el silencio de una soledad trabajada nos damos cuenta
de esto y la ausencia se va convirtiendo, por sí sola, en el psicopompo que nos
eleva de lo terreno a lo celeste.
No
hay engaños que valgan cuando descansamos en nuestro sincero pensamiento. Solo
desde él podemos darnos cuenta de cómo dirigimos la fuerza en nuestro interior,
cómo nos dominan los pensamientos que viven a más profundidad de la que
alcanzan nuestras inmersiones circunstanciales. Estos pensamientos que se
perfilan como una suerte de sueño estigio, nos acaban llevando a vivir la vida
como un sueño en el que nos alejamos en todo momento del presente. ¿Qué lógica
nos arrastra a ese fondo y qué herramientas podemos utilizar para abordar
nuestra tarea de descubrir la realidad?
Seguir
el Tao es complejo y fácil a la vez. No debemos hacer nada, no debemos
sobresalir, no deberíamos esforzarnos en hacerlo más allá del límite que
intuimos necesario en nuestra pequeña labor permanente.
Para ello
debemos estar en armonía integrando ese caos que no podemos dominar junto a
cualquier razonamiento derivado. Observar es una forma de sentir profundamente
la realidad que nos invade para, de su eco, extraer los filamentos deshojados
que tienen algo que decirnos sobre nuestro principio. Ese algo nos aporta el
conocimiento que anticipa el desastre de desgastar vanamente la energía que
tenemos para subir hasta el cielo que disipa cualquier dualidad.
Esta
honda virtud que pretendemos buscar tiene un sentido en lo más profundo de
nuestra reflexión. Parecemos estar ligados, anclados, vinculados sin remedio a
la bestia interior que nos ha ayudado a alcanzar esta época de atroces
disfrazados, de mentiras ensalzadas, de palabras vacías y actos
desproporcionados.
En
esta desgracia en la que vive nuestro mundo siempre tenemos la opción de
apostar por el silencio, por la solitaria reflexión que nos haga pensar en los
que son injustamente sacrificados por el enorme grupo desmerecido del que
formamos parte.
Ahora,
quizá más que nunca, tenemos que limpiarla de todo aquello que nos impregnan con
finura los malvados y dirigir nuestra energía a generar una mente limpia como
la de un bebé. Una mente que aprende a concentrarse en hacer que el espíritu,
en su manifestación individual o colectiva, nos aproxime a una forma coherente
de integrar a la bestia y la bella que todos hemos contenido siempre. Debemos hacerlo con el mismo amor que llevó a
Psique a lo más profundo del Hades para reparar su vínculo con Eros y ser así
bendecida por Zeus con la inmortalidad.
No
perecerá el espíritu que acceda al plano de crecimiento destinado, tan solo
tenemos que ver claramente cómo se articula el proceso de desgastar este ego
torpe y construido por el bosque de bestias en el que vivimos, un lugar en el
que apenas unos pocos miran en su interior y se preguntan ¿dónde está la bella?
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