Nos debatimos en comprender a qué se refiere el texto
sobre la debilidad y la fortaleza. Entramos en reflexiones descontextualizadas
sobre estas dos polaridades de un todo que contrasta desde su aparente
antagonismo para revelarnos el único elemento que subyace bajo cualquier
dicotomía materializada. Como si de un bien o un mal se tratasen, pretendemos
explorar la interioridad de cada uno de estos conceptos para no llegar a
ninguna conclusión satisfactoria. ¿Por qué lo débil cabalga sobre lo fuerte?
Quizá la debilidad del agua, su fluidez y su capacidad
de adaptación contrasta con la rudeza del suelo en el que el río se apoya.
Cualquier lecho y sus potentes rocas no son más que un tipo diferente de flujo
materializador en el que el presente, el pasado y el futuro se intercalan más
lentamente. El agua en su fluidez avanza mucho más deprisa, siempre aconsejada
por la inclinación del terreno. Los obstáculos que se encuentra en el camino
intentan refrenar la caída cuyo destino no es otro que la fusión magmática con
un mar comunitario o la filtración profunda que nutrirá las plantas del camino.
¿Cuál es entonces el Ser del agua y de la tierra? ¿Por qué llamamos débil a lo
rápido y fluido, sin cuestionarlo, y fuerte a la tierra que nos mantiene
pegados a este centro desconocido?
Las cuestiones, constantes, se superponen para ir
apilándose en bloques de sustrato cuyos elementos comunes emergen de ellos como
si de una planta se tratara. Al final todas las preguntas desembocan en una
fundamental, una única cuestión que no puede enseñarse con palabras porque el
flujo de lo que acontece está más allá del mundo descriptivo de los significados
construidos. La intuición es la única garantía de entendimiento que tiene el
corazón cuando la razón dimite de sus funciones. En esa ausencia de
intervención racional, cuando yo desaparezco y el Ser se manifiesta, la duda
sobre la naturaleza de lo fuerte y lo débil, de lo bueno y lo malo, simplemente
se disipa. Antes y después son solo una percepción de algo que acontece
fluyendo en la corriente, pero en ese fluir constante somos ambas cosas en su
propia naturaleza esencial, una naturaleza en la que la cuestión y la respuesta
desaparecen ante la certidumbre inmediata de la experiencia absoluta.
Esto sólo puede ocurrir en la no acción propia del no
ser. En ese instante no hay impedimento en el flujo y la penetración es
absoluta a todos los niveles porque tanto lo penetrado como lo penetrable
forman parte de lo mismo. No hay quién entre ni dónde entrar. Tampoco hay
entrada o salida cuando el curso obedece a la inclinación del terreno. Qué
cierto es que la conciencia de fluir contracorriente lleva, por si sola,
aparejadas todas las respuestas a la pregunta fundamental de todo esto: ¿Seguir
o perseguir?, una nueva cuestión que descubre la persistencia de algún tipo de
acción no abandonada. En algún momento del trayecto las rocas sólidas de lo
fuerte y endurecido provocan un freno en el flujo y turbulencias en su
estructura. Qué bella la vida cuando aceptamos estos espacios de retención en
el camino y percibimos las turbulencias como una simple parte de un todo
inevitable.
Todo camino está dibujado previamente por el flujo que
nos precede, salirse de esa corriente es no ser capaz de aprehender el tipo conocimiento
en el que estos temas se expresan por si solos, quizá para hacernos ver de
inmediato que, sin intermediarios del conocimiento, los elementos que nos
constituyen adquieren por si mismos la certeza necesaria para aceptar sin
preguntas la existencia.
Comentarios
Publicar un comentario